Buena parte de mi vida –incluyendo mi infancia- transcurrió entre los bloques de El Silencio. Ubicar esa zona puede ser un enigma tan grande para cualquiera que viva de Plaza Venezuela pa´lla, como para mí imaginare la vida de alguien en El Peñón o en Oripoto. Lo cierto es que todas las zonas te regalan personajes que se incrustan en tu memoria y te devuelven a otras épocas, como Jesús el señor del quiosco, que me ha vendido chucherías toda la vida; la negra Carmelina que vende manzanas en la calle y mango verde con adobo cuando es temporada, de mango verde, claro.
Sin embargo, las zonas cambian, se transforman, y ni sus personajes logran mantenerlas ajenas al paso del tiempo. Lo bueno es que los cambios traen consigo nuevos personajes; con los cambios llegó Miguel, un mendigo que duerme en la acera que camino del estacionamiento al trabajo, todos los días. Cuando ha tenido una noche afiebrada y larga, Miguel duerme toda la mañana; cuando la noche ha estado normal, está despierto cuando paso, y me responde de lo más amable los buenos días, que más nadie le da, solo el portugués del cafetín que está a tres metros de donde duerme, le da comida todos los días y lo deja comer en el pasillo del cafetín.
Hay actores que desaparecen con el tiempo, como las putas y los travestis que vivían en las pensiones y salían a trabajar en los bares cercanos cuando caía la noche. Eran inofensivos, el mayor ataque que hacían era provocar la risa de la gente cada cierto tiempo cuando salían a deshora a desfilar su glamour devaluado. También desaparecieron los que hacían la cola todos los lunes desde la una de la tarde para la primera función del Cine Urdaneta.
¿Qué hizo que todo cambiara? Dos eventos puntuales: primero, luego de una feroz temporada de lluvia quedaron miles de damnificados que fueron reubicados en distintos hoteles y pensiones de la ciudad, entre las que se encontraban las pensiones de la zona; segundo, las autoridades en un ataque de moralismo revolucionario -al mejor estilo Tea Party- decidieron que el Cine Urdaneta debía ser rescatado de las garras sucias y pervertidas de la pornografía, por lo que cerraron el cine, lo remodelaron y lo convirtieron en el Cine Aquiles Nazoa.
Esta nueva realidad se llevó a las putas, a los travestis y a los que no tienen DVD ni Internet para ver porno, pero trajo nuevos protagonistas. Trajo unos pocos policías en una patrulla que están custodiando día y noche el nuevo cine, supongo que cuidan las paredes, ya que nadie asiste a sus funciones por voluntad propia. Los pocos asistentes vienen en un autobús que se atraviesa en la calle y que todas las semanas hace más difícil el ya complicado tráfico de la calle.
En la calle de abajo, hay un nuevo personaje más interesante: una chica (como se dice ahora) afrodescendiente, entrada en carnes, o salida en carnes más bien, porque siempre usa unos pantalones muy cortos y ajustados que dejan a la vista unos generosos pliegues de humanidad hacia afuera tanto por la cintura como por las piernas. La blusa, siempre de tirantes, tampoco oculta sus abundantes pechos. En fin, que es abundante la muchacha, perdón la chica. La chica siempre está con un bebé de aproximadamente un año, tirado en el piso inmundo, a partir de las cuatro de la tarde. Pareciera no estar haciendo nada hasta que ciertos personajes indeterminados pasan por su lado, y se dan la mano, o se rozan con agilidad, e intercambian rápidamente «algo» por dinero, que ella mete en un bolsillo o entre sus pechos.
Por último, han aparecido unos nuevos interlocutores que solo se convierten en personajes de la mano de la tragedia. Uno de ellos es el sastre del que supimos cuando fue asesinado por alguien que no quiso pagarle el arreglo de la ropa; otros son los dos muchachos o chicos que salieron a comprar algo y aparecieron sin vida en la esquina; también está el policía que fue acribillado en la patrulla frente al hotel de la otra esquina, y este fin de semana supimos de una muchacha que apareció apuñalada en la habitación del hotel, frente al que antes mataron al policía.
Sinceramente, me gustaba más lo que había antes por la cuadra, tenía más gracias, tenía pinta de comedia. La realidad de hoy tienen mucho más drama, y da un poquito de miedo, pero todo ha cambiado y lo más seguro es que yo antes también haya sido otro personaje.
Que arrecho está eso de que antes eras otro personaje.